El mundo empresarial se ha vuelto cada vez más superficial.
Mientras algunos profesionales siguen apostando al valor, a la profundidad, al pensamiento largo… otros se abruman y se refugian en titulares, frases hechas y métricas vacías.
Vivimos en la era de la estética estratégica:
donde todo debe parecer interesante —aunque no lo sea.
Donde las presentaciones inspiran, pero no explican.
Donde el pensamiento es fast food, listo para servirse en forma de clickbait.
Y, sin embargo, la historia nos muestra otra cosa.
Los genios no se quedan en la superficie
Katalin Karikó pasó años en el anonimato, obsesionada con una molécula invisible.
Hasta que el mundo necesitó una vacuna, y su ARN mensajero salvó millones de vidas.
Demis Hassabis, genio del ajedrez, combinó neurociencia, inteligencia artificial y filosofía para resolver misterios que la biología sola no podía explicar.
Yuval Noah Harari no programa ni diseña, pero pone en palabras lo que nadie más explica: el futuro necesita sentido, no solo código.
Ninguno de ellos se quedó en la superficie.
Todos descendieron a las profundidades.
Encontraron algo.
Trabajaron arduamente.
Y luego nos iluminaron.
Cuando reina la superficie, la investigación sobra
Y lo digo con dolor: cada vez que la superficialidad se impone, la investigación de mercado —industria que amo y defiendo a muerte— se vuelve descartable.
¿Por qué preguntar, explorar, escuchar, interpretar… si ya tengo mi “pitch”?
¿Por qué perder tiempo entendiendo realidades si tengo “datita”?
El dato se descontextualiza. La información nunca adquiere el grado de insight.
Y quién dijo qué, cómo y cuándo… no se sabe, ni importa.
Una mezcla de cansancio, cultura startapera (donde el 90% fracasa) y managers sin tiempo, nos empuja a decidir desde un lugar peligroso:
ese punto ciego donde las decisiones ya no son racionales ni intuitivas…
son simplemente automáticas.
Daniel Kahneman, premio Nobel y autor de Thinking, Fast and Slow, lo explicó así:
operamos con dos sistemas mentales:
- Sistema 1: rápido, automático, superficial.
- Sistema 2: lento, deliberativo, profundo.
El problema es que, hoy, el Sistema 1 se volvió el jefe. No hay equilibrio.
Decide todo sin pensar demasiado. Y lo hace creyendo que ya sabe. Pero no sabe.
Volver a observar
En este estado de cosas, me gusta volver al primer principio ontológico:
“No sabemos cómo las cosas son. Solo sabemos cómo las observamos. Vivimos en mundos interpretativos.”
La ontología nos recuerda algo esencial:
la humildad frente a la ignorancia.
Porque no sabemos cómo las cosas son.
Solo sabemos cómo las interpretamos.
Y lo que observamos… no es todo lo que hay.
Pensar con profundidad, actuar con velocidad
No se trata de elegir entre datos en tiempo real o pensamiento profundo.
Se trata de construir una inteligencia que integre ambas cosas.
El problema no son los datos. Es lo que hacemos con ellos.
El problema no es la velocidad. Es cuando la urgencia se come el criterio.
Y ya hay caminos que lo están resolviendo:
- Equipos que combinan antropología con dashboards de escucha activa (Vorterix)
- Modelos de investigación cíclica, como un always-on por capas (Mc Donalds)
- Encuestas en real time sobre plataformas propias (YPF IEC)
- Sesiones de trabajo con campo consumidor integrado (Observatorio 1987)
No es un sueño. Es una práctica emergente. Y está creciendo.
La cultura no se hackea
En el afán de ir rápido, muchas compañías se olvidan de algo esencial:
sin transformación cultural, no hay cambio sostenible.
Podés lanzar un producto, hacer una campaña brillante, comprar tecnología de punta…
Pero si la cultura interna no acompaña, todo se desinfla.
Las ideas mueren en el Excel, los aprendizajes no se integran, las decisiones se toman “como siempre” —aunque la información diga otra cosa.
Cambiar la forma en que una compañía piensa, decide y actúa no sucede por automatismo.
Requiere tiempo, espacios de reflexión compartida, conversaciones incómodas y liderazgo con convicción.
Porque una cultura no se transforma con un sprint.
Se transforma cuando el sistema empieza a observarse a sí mismo.
Cuando todo parece, pero nada es
Nos sobran herramientas, pero nos falta pausa.
Nos sobra packaging, pero nos falta sustancia.
Nos obsesiona la relevancia, pero la confundimos con visibilidad.
La profundidad, hoy, es un acto de resistencia.
Y mientras todo se acelera,
algunos —con amor, con método, con incomodidad—
seguiremos dando batalla a la superficialidad.

